En su carta a Alfonso Sastre, Jon Maia, entre continuas referencias a la obra y la vida del dramaturgo hondarribitarra, se muestra orgulloso por ser representado por aquél en las elecciones europeas de este domingo y durante toda su vida, y dispuesto a seguirle, a él y a toda su compañía, vital y teatral, «hasta Bruselas y más. Hasta el 7 de junio y mas allá. Hasta el acto final».
Estimado Alfonso Sastre. Nos vas a representar, y otra vez, deberíamos decir. Y es que llevas una vida representándonos. Tus poemas, tus ensayos, tus novelas nos representan. Porque hablan de nuestros sueños, de nuestras ansias y de nuestras luchas, de nuestros temores...
Porque los actores que representan tus obras también nos representan.
Denuncian, lloran y ríen, sueñan, mueren aman y luchan, por los cinco continentes, representándonos.
Te seguimos por lo que representas. Más que a tu obra te conocemos a ti. Te conocemos de estar, de verte, de oírte, porque siempre has estado aquí, cono nosotros. Te seguimos por tu vida, más que por tu obra. Que no es lo mismo pero es igual.
Viniste de fuera, y entraste hasta dentro, hasta Txingudi. Hasta la cárcel, hasta el exilio, hasta Monzón, hasta Txiki, hasta Jon Anza, y hasta siempre.
Porque siempre viste en esta lucha, la nuestra, la tuya, una posibilidad, una vía de victoria de un proyecto de país en consonancia con tu ideario, con otro mundo, con el socialismo. Y te metiste dentro. Entre gente que habla euskara y canta en verso.
¿Por qué te han callado, si no, durante todo el franquismo, y después, durante todo el tranco de la democracia, callando tu obra? Por tus actos, porque nos representan. Igual que han callado tu obra, por sus actos.
Pero mientras el Estado español te callaba, tus obras son representadas por Estados Unidos, por Inglaterra, por Cuba, Sudáfrica, Francia, por Alemania, por Holanda, Egipto, por México, por Euskal Herria, y por donde sea que haya una conciencia crítica con este mundo. Y acto seguido, en Bruselas.
Por tus actos te conoceremos. Y tú estás con Hugo, estás con Fidel, estás con Hebe de Bonafini, estás con Evo, estas con Eva. Estás con nosotros, en acto que nos honra.
Y los representas, nos representas.
Difícilmente tendremos mejor embajador. Ahí van hacia Bruselas tus personajes, ejércitos imaginarios que luchan por otro mundo. Que luchan por todo el mundo. Rogelio, el rojo de la taberna fantástica escupiendo verdades ante la cámara de diputados, repleta de engominados aspirantes al poder y carcas medio jubilados cobrando por los servicios prestados, en plácido retiro, o vete a saber, pagando deudas con destierro remunerado.
Un escuadrón hacia la muerte desfilaría ante el estrado, avisando de los horrores de esta guerra y Edgar Alan Poe también nos representaría en algún momento, puesto que de ti salió, buscando a Ulalume.
Representarías a desaparecidos y a desencontrados, a niños de la posguerra camino de Moscú, a muertos bajo puentes, al Che Guevara, a indígenas americanos y europeos.
La gitana Celestina leería el futuro de miserias en las manos de los que no creen en otro mundo.
La vieja Izaskun haría sonar su guitarra, ante reformistas desafinados .
Joxe Arregi gritaría: «Latza izan da!».
Algo de Jenofa Juncal, la gitana roja del Jaizkibel hablaría en Bruselas, y hasta algún vampiro revolotearía la sala sobre demócrata-cristianos defendiéndose con crucifijos.
Sancho Panza aparecería sobre su burro allá en la Eurocámara, como parada del viaje infinito al que un día lo lanzaste.
Ojalá pudiéramos escuchar a Alfonso Sastre en discurso en Bruselas. Y que este periódico lo publique para que lo podamos guardar.
Y es que vas, y tú, en un primer acto, sales al escenario, mirando al palco donde se sientan los poderes fácticos del Estado, ante miles de guardia civiles, decenas de cárceles, jueces armados con lupas busca-vascos, periodistas rabiosos, y demás. Tú, con una txapela y un bastón un día del mes pasado, vas y les dices, con voz pausada: señoras y señores, me presento. Y sigues, diciendo que es una iniciativa internacionalista, entre naciones sin estado, que va a dar voz a los sinvoz, a las naciones oprimidas de este estado corrupto y anti-democrático. Que exigirá respeto a los pueblos, a sus lenguas, a sus trabajadores. Que luchará hasta el fin del neoliberalismo feroz, del capitalismo antropófago, que se esté autodevorando, como monstruo fuera de control, que se come a sí mismo, y hasta a quienes lo alimentaron.
Nos presentamos, dices. Y te retiras, a Txingudi, a seguir escribiendo.
Y acto seguido en el escenario, político, pasa lo de cuando Franco: con gran alboroto, ministros apresurados reúnen a gabinetes de represión, jueces que reciben llamadas a medianoche, fuerzas represivas interviniendo teléfonos, periodistas raudos a la búsqueda de insultos, izquierdistas de la república de Ikea con pirrilera (el servicio a la derecha), abertzales condescendientes con todo lo anterior, respetuosos con la ley que nos machaca, con complejo de inferioridad, enseñando el label como único recurso... lo de siempre. Porque no hay nada que les inquiete, que les haga removerse en su palco presidencial y en sus poltronillas, más que una representación tuya.
Y va y sale Zapatero, el censor, en acto de chulería, diciéndote a ti, al dramaturgo, que no, que pare la obra, que se baje el telón, que cierren el teatro y que seáis castigados, tú y todos los de tu compañía. Y que no puedes representarnos. Pero es en vano.
«Bravo y bravo», grita el gallinero, que es donde están los desempleados, los emigrantes, ciudadanos sin derechos, presos y demás.
Bonito nombre para una fábula: El Sastre y el Zapatero. Qué diferencia de obras, de socialismo, de lucha y de humildad. Qué abismo os separa, en obras y en actos.
Encarcelado, perseguido, desterrado por tu obra activista, otra vez te querían callar. Los socialistas. Buen nombre para una tragedia.
Nos has enseñado, una vez más, ese sosegado coraje, esa forma que tienes de decir las cosas, como si una espléndida mañana de primavera, abres la ventana y dices: bonito día para hacer la revolución. Y te pones a escribir.
Alfonso Sastre, tú nos representas como nadie. Y es que, además, nadie nos representa como tú.
Recuerdo aquella tarde en Txingudi, el agua temblaba en la bahía común. Hondarribia, agua, Hendaia. Y sobre el agua, venía Eva. Recuerdo días previos en tu casa, ambiente de amistad, de mesa, alegre tristeza en torno a un imposible: cómo organizar un sentimiento, un adiós. Recuerdo esa dulce calma de tu habla, con leve temblor, igual que la bahía. Y sobre ella, tu habla, venía ella, Eva.
Recuerdo ese sosiego ante la muerte, tratando de vislumbrar si aquello también podía ser teatro. Y lo era, porque era la vida, y era la muerte.
Qué honor sentí, Alfonso, de poder participar de aquella hermosa tristeza, de aquella alegre amargura, de aquella tarde sin Eva. Y qué honor vuelvo a sentir ahora, que nos representas.
Como el día que estuve por primera vez contigo, en una rueda de prensa convocando la manifestación nacional contra el cierre de «Egin», tú en castellano y yo en euskara. Yo un chaval que cantaba versos, tú Alfonso Sastre. Como aquel día, digo, también esta vez volví a Zumaia, cargado de orgullo y con ganas de decirle a mi padre, otra vez: «Aita, Alfonso Sastrerekin egon naiz». Y es que difícilmente le podré decir a mi padre algo que le llene más de orgullo.
En acto de rebeldía, os seguimos Alfonso, Doris y a toda la compañía, os seguimos hasta Bruselas y más. Hasta el 7 de junio y más allá. Hasta el acto final. Hasta la victoria, siempre.
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